Imagínate nadando –flotando-
plácidamente en un suave arroyo. Lo único que necesitas hacer es respirar,
relajarte y dejarte ir con la corriente. Súbitamente, te vuelves consciente de
tu situación. Asustado, abrumado con los “¿qué tal
si…?”, tu cuerpo se tensa. Empieza a chapotear, buscando frenéticamente
algo de dónde asirte.
Te da tanto pánico que empiezas a hundirte. Y luego te acuerdas, estás trabajando muy duro en esto. No necesitas llenarte de pánico. Lo único que necesitas es respirar, relajarte y dejarte ir con la corriente. No te ahogarás. El pánico es nuestro gran enemigo.
No es necesario que nos sintamos desesperados. Si aparecen en nuestra vida problemas abrumadores, necesitamos dejar de luchar. Podemos chapotear un poco hasta que vuelva nuestro equilibrio. Luego podemos seguir flotando plácidamente en el suave arroyo. Es nuestro arroyo. Es un arroyo seguro. Nuestro rumbo ha sido trazado. Todo está bien.
Te da tanto pánico que empiezas a hundirte. Y luego te acuerdas, estás trabajando muy duro en esto. No necesitas llenarte de pánico. Lo único que necesitas es respirar, relajarte y dejarte ir con la corriente. No te ahogarás. El pánico es nuestro gran enemigo.
No es necesario que nos sintamos desesperados. Si aparecen en nuestra vida problemas abrumadores, necesitamos dejar de luchar. Podemos chapotear un poco hasta que vuelva nuestro equilibrio. Luego podemos seguir flotando plácidamente en el suave arroyo. Es nuestro arroyo. Es un arroyo seguro. Nuestro rumbo ha sido trazado. Todo está bien.
“Hoy me relajaré, respiraré y me dejare ir
con la corriente”.
(Melody Beattie , Libro El Lenguaje del
Adiós).
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