Sentirnos bien con nosotros mismos es una elección que
hacemos. Lo mismo ocurre con el hecho de sentirnos culpables. Cuando el
sentimiento de culpa es legítimo, actúa como una señal de advertencia,
indicando que nos hemos salido del camino. Y ahí termina su propósito.
Revolcarnos en la culpa les permite a los demás controlarnos. Provoca que no nos sintamos tan buenos. Nos impide fijar límites y tomar algún otro curso de acción sano para cuidar de nosotros mismos.
Podemos haber aprendido a sentirnos culpables habitualmente, como una reacción instintiva a la vida. Ahora sabemos que no necesitamos sentirnos culpables. Aunque hayamos hecho algo que viole un valor establecido, el sentimiento prolongado de culpa no soluciona el problema sino que lo prolonga. Así que, mejor repara el daño.
Cambia una conducta y, luego, deja ir los sentimientos de culpa.
Revolcarnos en la culpa les permite a los demás controlarnos. Provoca que no nos sintamos tan buenos. Nos impide fijar límites y tomar algún otro curso de acción sano para cuidar de nosotros mismos.
Podemos haber aprendido a sentirnos culpables habitualmente, como una reacción instintiva a la vida. Ahora sabemos que no necesitamos sentirnos culpables. Aunque hayamos hecho algo que viole un valor establecido, el sentimiento prolongado de culpa no soluciona el problema sino que lo prolonga. Así que, mejor repara el daño.
Cambia una conducta y, luego, deja ir los sentimientos de culpa.
“Hoy Dios mío, ayúdame a disponerme por completo a
dejar ir los sentimientos de culpa. Por favor apártalos de mí y reemplázalos
con amor a mí mismo”.
(Melody Beattie, Libro El Lenguaje del Adiós).
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